La mitología griega, en su periodo más importante, se
desarrolló en el siglo VIII a. C. Tiene varios rasgos distintivos, como
por ejemplo, los dioses se parecen exteriormente a los seres humanos y
revelan, al igual que ellos, sentimientos. Los griegos creían que los
dioses habían elegido el monte Olimpo, en una región de Grecia llamada
Tesalia, como su residencia. En el Olimpo, los dioses formaban una
sociedad organizada en términos de autoridad y poderes, se movían con
total libertad y formaban tres grupos que controlaban sendos poderes: el
cielo o firmamento, el mar y la tierra. Fueron tres las colecciones
clásicas de mitos: La Teogonía de Hesíodo y la Iliada y la Odisea de
Homero. Este material se basa en la Teogonía de Hesíodo. La teogonía es
una especie de sistematización de las confusas tradiciones anteriores,
en ella el mito es el tema dominante. Pero, ¿qué es el mito? Mucho se ha
escrito tratando de dar una exacta definición; lo único cierto es que
el mito es una forma especial de
pensamiento que permite al hombre interactuar con su espacio natural y
de esta manera también reconocerse como parte de una comunidad
específica. Es un grave error considerar que el mito es un modo de
pensamiento reservado a las sociedades "primitivas". El mito es y ha
sido siempre la defensa espontánea del espíritu humano ante un mundo
ininteligible y hostil. La anterior reflexión nos llevaría a afirmar que
en el mito se encuentra el origen de las religiones, sin embargo debe
considerarse que los "espíritus" de los bosques, de la luz, de las
aguas, no son divinidades, sino solamente presencias capaces de actuar
en dominios sobre los que el hombre no tiene ningún poder. El mito
griego está en estrecha relación con la religión, pero no llega a
confundirse con ella. A pesar de toda la confusión que preside la
conformación de la mitología griega, esa inmersa materia llegó a
clasificarse y a ordenarse.
Según Hesíodo, al comienzo no hay nada más que
espacio, nada orgánico, nada que pueda ser descrito. Luego, después de
ese vacío, se dibuja la primera de las realidades, que limita y comienza
a darle un sentido: la Tierra, Gea (Tellus) la base segura de todo lo
que en el mundo ya se encontraba dividido, pues bajo la Tierra seguía
existiendo un espacio vacío donde todo era Caos (Chaos). Ese Caos
engendra el Erebo, el vasto espacio subyacente, en que más tarde tendrán
su lugar los infiernos. En el vacío ubicado por encima de la Tierra,
instala esta a su primogénito, Urano (el Cielo), que emana de ella. Al
mismo tiempo que se da esta división orgánica del universo, tiene lugar
el nacimiento de Eros (Cupido), el Amor, que es aquí el principio
abstracto del Deseo, y no todavía el pequeño dios maligno, perverso y
alado. En los orígenes mismos de la creación del universo, era
imprescindible crear el Amor, este es el motor universal; es quien
provoca las uniones del principio cósmico, los engendramientos que ni la
imaginación concibe. Erebo, hijo de Caos, tuvo un hermano llamado
Noche. Sin embargo Gea, después de haber engendrado a Urano, dio a luz a
las Montañas y las Ninfas (Driada o Nereida), que en ese momento son
genios de las Montañas. A Gea también corresponde la maternidad de
Pontos (el Mar, principio masculino, la Ola poderosa). La diosa Noche
engendra dos hijos: Éter y Día. El primero es la clara y pura luz que se
adivina en las más altas regiones de la atmósfera; la luz de los
dioses. Por su parte el Día, ilumina a los mortales, y alterna con su
madre la Noche.
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